La vergüenza no se te escondía por debajo de la ropa, la sacabas de paseo por las calles entre faldas y vestidos cortos que movían al viento como un títere sin cabeza, que la giraba girándose para mirarte los ojos, que la buscaba sin piedad ni pausa sólo por contemplar te mover el culo. Había perdido la cabeza y ya tampoco podía fumar para evadirse y ponerse contra el mundo. Ahora sólo sus cuerdas, las enredas con los tacones y le pisoteas cuando te sueltas el pelo y te pones carmín, pero el te mece, como si el viento fuera un títere sin cabeza que la ha perdido por perderla y te perdió.
Se cuela de forma violenta en las fiestas, pero para entonces tú todavía no te quieres ir a casa, mira, que todavía está la luna. Le da igual, se queda escondido, buscando lo que ha perdido con una copa de Ron, sabe que está donde estés tú. A veces te persigue cuando sales a hacer la compra, vas tan guapa, Pero se pierde en el pasillo de los congelados.
A veces tú te atas sus ataduras al torso (solo por darle el gusto, para que te deje en paz, por pena y sexo) y mientras te oye respirar dentro de ti, se pierde mucho más que siempre.