Como la noche en
la que vienen los Reyes Magos a colmarte de regalos, así estaba yo, llena de
ilusión, expectante, fingiendo que en verdad no es para tanto y que he madurado
lo suficiente como para dejar de creer en esas tonterías, pero más feliz que
cualquier niño en una tienda de chuches.
Queriendo que las
horas pasaran rápido, que saliera el sol para poder saltar de la cama y
abrazarte, como un imán se pega a un trozo de hierro. Impaciente e insegura.
Con un cosquilleo
estúpido que se almacenaba en mi tripa y no me dejaba dormir, mientras me
imaginaba contigo, al día siguiente.
Cada una de las
noches anteriores a verte eran iguales, llenas de nervios y sensaciones
extrañas, que por una cosa u otra nunca he dejado de querer que no se vuelvan a
repetir.
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