domingo, 11 de noviembre de 2012

Dormido hasta el atardecer.

     En aquel ático no paraba de retorcerme, con el bolígrafo en la mano relatado mis pequeños placeres en un dina-4 donde no tenía mucho donde escribir de los tachones y las arrugadas marcas de los múltiples fallos al redactar. Intentaba desengancharme de la droga más dura que me había tomado antes, en forma de miel robada de un ángel celestial que volando se fue a la caza de otro ente al que engatusar para coger su alma y hacerla añicos, convertirla en polvo y ceniza como los cigarros acabados de mi cenicero. 
     En la boardilla no huele muy bien. Olor a orín, a madera quemada de la chimenea, al tabaco Bravo barato y a algunos estupefacientes que entraron bajo la supervisión de mi camello personal. Esa boardilla era mi fuerte, donde el despeinado barbudo que nunca se miraba en el espejo relataba como sus enseres se movían a su alrededor, gritándole lo estúpido que era, que tenía que levantarse y salir de allí. Las sábanas y las cajas no podían hacer de muralla pues las armas de los seres de su imaginación reducían a amasijos cualquier intento de escudo. 
     Mi madre decía que las lentejas tenían hierro, me atiborraba de ellas por si algún día me convertía en "el hombre de hierro", pero que va, ni por esas.
     Haciendo la cama me encontré mi libreta de pequeño, con sentimientos humildes de conquistar el mundo con mis habilidades. Diez años después veo que mis propias promesas no las cumplo. ¿Cómo quieres que te prometa el cielo si ni siquiera puedo prometerme a mí el infierno?. 
     Y aquí sigo, retorciéndome del dolor, pensando si con un poco de jabón, las lágrimas de suelo y un poco de pegamento puedo reparar y bañar mi alma destrozada por los para siempre tan efímeros que nos prometimos. 
           

         "Tal vez, has pensado en renunciar...
                                           ... yo también."

@AlexeyKovalski

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