Arruinar
tabacaleras por el exceso de demanda de
cigarrillos del después. Arruinarnos tu y yo pagando hostales baratos en pleno
centro de cualquier ciudad, de esos de habitaciones cutres, pero acogedoras, con un recepcionista que no
pregunte demasiado y no nos meta prisa para marchar a la mañana siguiente.
Mañana que no queríamos que llegase, noches eternas en un balcón viendo a la
gente pasar, a la vida pasar, al tiempo pasar…Mientras hacíamos planes para no
permitir que los días se escapasen sin más.
¿La
verdad? Sonaban más a sueños que a cosas que pudiéramos realizar, pero a falta
de dinero y con imaginación en un bolsillo podríamos permitirnos el lujo de
viajar a Venecia, navegar por sus canales y perdernos en el carnaval más bonito
del mundo. Podíamos hacer que Nueva York
nos esperase y que ese verano en
Argentina fuera verdad, pero siempre recordando nuestras raíces y añorando las
nubes y la lluvia de Santander.
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