Pagamos la habitación y disfrutamos de las vistas de una de las calles mas transitadas de la capital. Quitamos las sabanas, no íbamos a pasar frió. Tapamos la silla con nuestra ropa y ya no parecía tan fea, dejamos una caja de preservativos y un paquete de toallitas húmedas, junto a un par de velas aromáticas en la mesita de noche, velas que proporcionaban toda la luz que necesitabamos. Las barras de ese cabecero fueron el único sitio a donde agarrarme para no levitar del placer que invadía y separaba mi alma de mi cuerpo. La ducha daba igual como fuese, yo solo te veía a ti y tu a mi, mojados, tan cerca, dejandonos romper la burbuja del espacio vital, siendo un solo ser. Y después de que el resto de inquilinos muriesen de envidia porque el cabecero sin anclar nos había delatado, fumábamos un cigarro a medias, porque tu siempre dices "no, yo no quiero uno entero, lo compartimos". Así es como amarilleabamos aun mas las paredes de papel y en aquella rugosa pintura dibujaba te quieros con los dedos, te quieros que solo sabias leer tu y que no vera el próximo que alquile ese asqueroso agujero, al que el amor desenfrenado y sucio que habíamos desatado allí, premio con 5 estrellas en nuestra guia de la ciudad.
Por: @javilimonysal

Chapó.
ResponderEliminarHe vivido una de esas experiencias y es, posiblemente, lo más romántico que puedas hacer pese a la opinión de la gente. Experiencias únicas.
¡Con historias como ésta son con las que hay que llenar el mundo!¡hombre ya!
ResponderEliminarSolo puedo decir que te adoro perrillo, te adoro.
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